Su sola postura imponía respeto.
Acallaba las voces con un solo gesto.
Al presentarse, majestad y elegancia,
entraban con ella, e invadían la estancia.
Hablaba sin palabras, tal vez cantaba.
Sus manos al moverse parecía que entonaban
melodías puras, blancas y preciosas.
Reflejo eran sus ojos de la más alta gloria.
Dime ahora que ya no te encuentro:
¿Cuándo decidieron los hombres perderte?
¿Porqué han renunciado a tus vientos?
¿Acaso has traicionado su grisácea mente?
Se ocultaron a tu luz, errando en la noche.
Buscaban justificacarse con palabras de reproche.
Por cuevas oscuras y a caballo de su orgullo,
llegaron a encontrar los animales oscuros.
Ahora permanecen obcecados, sordos.
Son muchos los intentos de imitar tu rostro
y es posible, sin embargo,
que desde hace mucho tiempo, lo hayan olvidado.
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